Quizá todo comenzó con un melocotón. Con solo cuatro años tuve mi primer shock anafiláctico al probarlo. Mi historial ya era el de un bebé que tosía mucho, se hinchaba y vomitaba cada potito. Y poco a poco, las restricciones fueron llegando: huevo, fruta, frutos secos y crustáceos.
Crecer con alergias alimentarias no es una tarea sencilla. No lo fue para mí, pero tampoco para mis padres y abuelos: atentos siempre al cocinar y preocupados por cada comida fuera de casa, con el recuerdo presente de aquel melocotón que pudo haberme quitado la vida.
Y es que, para un niño es complicado entender que lo que para otros es cotidiano, para ti está prohibido, debido a la falta de control de tus alergias. Hablo de tener que rechazar planes en familia, eventos, o incluso el comedor escolar, ya que el miedo a sufrir una reacción en una comida pasa a condicionar tu vida.